EL TIGRE Y LA NIEVE


Jamás en mi vida he leído una crítica tan poco acertada sobre una película. Puedo entender que Roberto Benigni no sea santo de devoción de l@s crític@s más sesudos, pero lo que nunca entenderé es que haya gente que siga viendo mal la sana costumbre de buscar la sonrisa, siempre que haya respeto. Y Benigni tiene la ecuación perfecta para mezclar el humor con el respeto.

¿Es lícita la risa a cualquier precio?
M. T.
EL PAÍS - 07-07-2006

¿Es lícito hacer reír a cualquier coste? ¿Dónde se encuentran, moralmente, las fronteras de la risa? Estas preguntas, que ya se podrían haber formulado en 1997, cuando Roberto Benigni realizó la muy objetable La vida es bella -y, de paso, tiñó de cómplices sonrisas nada menos que el Holocausto judío-, se hacen ahora perentorias cuando asistimos a un filme como El tigre y la nieve. Porque lo que entonces se vio como un llamado a endulzar la vida de una inocente, la víctima de un inconcebible horror, y para algunos era algo así como un hermoso canto a la esperanza y la supervivencia, ahora es sencillamente la pestilente, rastrera utilización de una guerra en presente, nada menos que la de Irak (en la que, conviene recordarlo, por si acaso, combaten aún soldados italianos, contra la mayoritaria opinión pública), para situar en ella una peripecia amorosa, la recuperación del amor por parte de un hombre obsesionado por hacerse querer por la mujer de sus sueños.
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Por cierto que en El Tigre y la Nieve, precioso cuento de amor, con sus cursiladas, sus tonterías, sus chistes, y sus situaciones melancólicas, aparece en tres ocasiones un enorme Tom Waits cantando una hermosísima canción. Aunque solo sea por eso, merece la pena ver la película.

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