ANTONIO VEGA ¿Y SI PONGO UNA PALABRA?

Por Benjamín Prado. Marzo 2009. Editorial Demipage. (Extracto del Prólogo).

A Antonio Vega se le perdió algo y tuvo que hacerse compositor para ir a buscarlo dentro de sus canciones. Sus discos cuentan la historia de esa búsqueda, y aunque todo el mundo sabe que escribir es mentir, él escribe tan bien que cuando los escuchas tienes la impresión de que te cuentan la verdad, que es exactamente lo que ocurre con todos los poetas en quienes merece la pena confiar. Verdad y poeta son palabras tal vez demasiado solemnes, de manera que quizá sería mejor matizarlas: donde decía verdad podemos poner su verdad, y poeta lo podemos cambiar por poesía, porque Antonio Vega no escribe poemas, sin canciones, pero sus canciones están llenos de versos memorables y, sobre todo, tienen el ambiente de la buena poesía, éstán hechas de palabras esenciales y no están construidas para flotar en la superficie de las cosas sino para descender hasta su fondo. Son canciones que no existen porque tienen algo que decir. Lo cual puede ser obvio, pero no es tan habitual, y no hay más que poner la radio para darse cuenta.

Antonio Vega era compositor y cantante, y a la mano del primero le viene muy bien la voz del segundo, ese brillo oscuro que tenía su tono y que el multiplicaba con su manera de interpretar las canciones, gracias a esa especie de emoción hacia dentro que las hace a menudo estremecedoras.

Leyendo ahora las canciones de este libro, el tamaño de Antonio Vega como letrista aumenta, y para el lector habitual de poesía es sencillo ver el trabajo minucioso que hay detrás de muchos de sus textos; su batalla por la palabra justa o la asociación inesperada, por desordenar las cosas que se oyen, agrupar los silencios y ver cada cosa a su escala real, como él decía; su capacidad para construir metáforas como el químico que elabora un perfume, logrando como por arte de magia que lo más grande quepa en lo más pequeño y la historia de muchos se pueda resumir e una línea; o, finalmente, su empeño en encontrarle otro lenguaje a las canciones, más allá de los caminos conocidos, los ecos fáciles o las rimas cómodas. La inspiración es el último recurso de los malos escritores, los buenos le ganan su versos al diccionario, combatiéndolo página a página. Dicho eso, ya se puede decir todo lo contrario y que las dos cosas sean verdad: cuánta inspiración parece haber en sus temas más brillantes, qué momento de gracia parecen haber captado a veces sus discos.

Un buen poema es siempre el mapa de un tesoro, la crónica de la aventura que sirvió para descubrirlo. Este libro es una buena noticia para los lectores de poesía, y eso o es algo que se pueda decir de demasiada gente."

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