(...) Tenía muchísimas ganas de escuchar a Alejandro Filio en directo y aquella era la primera oportunidad que se me presentaba para hacerlo.
Me abrigué todo lo que pude y me encaminé hacia el Galileo.
Cuando llegué, la sala estaba abarrotada. Me senté donde pude y, mientras esperaba a que se iniciara la actuación, pensé que, muy posiblemente, me volvería a pasar lo que me viene ocurriendo, hace ya un tiempo, con bastante frecuencia: pasado un rato me sentiría cansado, empezaría a aburrirme y tomaría la decisión de largarme discretamente a mi casa a mitad del concierto. Situación que se me plantea, sobre todo, a partir del día en que descubrí que –en esto de la canción y del arte, en general– sólo me interesa, y tiene calidad, lo que consigue conmoverme y emocionarme. Conclusión que puede parecer demasiado simplista, pero que es en la que creo, y a la que he llegado tras muchos años –más de cuarenta– de escuchar miles de canciones y de escribir páginas y páginas sobre ellas.
¡Pero no! ¡no fue así! ¡ni me cansé, ni me aburrí, ni sentí la necesidad de largarme del concierto!... ¡Todo lo contrario!
La actuación se inició a las diez y eran las doce de la noche pasadas, y allí estaba yo, disfrutando, aplaudiendo y pidiendo “otra” a coro con el resto de los asistentes, es decir, entusiasmado y como en los mejores tiempos. Alejandro Filio –músico extraorinario–, con su guitarra, su voz y sus canciones –no le hizo falta más–, había conseguido emocionarme.
Hace tiempo que no había percibido tanta humanidad, tanta calidad y tanta sinceridad sobre un escenario. (...)
Me abrigué todo lo que pude y me encaminé hacia el Galileo.
Cuando llegué, la sala estaba abarrotada. Me senté donde pude y, mientras esperaba a que se iniciara la actuación, pensé que, muy posiblemente, me volvería a pasar lo que me viene ocurriendo, hace ya un tiempo, con bastante frecuencia: pasado un rato me sentiría cansado, empezaría a aburrirme y tomaría la decisión de largarme discretamente a mi casa a mitad del concierto. Situación que se me plantea, sobre todo, a partir del día en que descubrí que –en esto de la canción y del arte, en general– sólo me interesa, y tiene calidad, lo que consigue conmoverme y emocionarme. Conclusión que puede parecer demasiado simplista, pero que es en la que creo, y a la que he llegado tras muchos años –más de cuarenta– de escuchar miles de canciones y de escribir páginas y páginas sobre ellas.
¡Pero no! ¡no fue así! ¡ni me cansé, ni me aburrí, ni sentí la necesidad de largarme del concierto!... ¡Todo lo contrario!
La actuación se inició a las diez y eran las doce de la noche pasadas, y allí estaba yo, disfrutando, aplaudiendo y pidiendo “otra” a coro con el resto de los asistentes, es decir, entusiasmado y como en los mejores tiempos. Alejandro Filio –músico extraorinario–, con su guitarra, su voz y sus canciones –no le hizo falta más–, había conseguido emocionarme.
Hace tiempo que no había percibido tanta humanidad, tanta calidad y tanta sinceridad sobre un escenario. (...)
1 Comentarios