Treinta años, treinta, ha necesitado el cantautor legendario para recorrer los dos mil kilómetros que separan el Karl Marx del Carnegie Hall. Al espacio mítico, donde tocan las grandes orquestas, llegaba un Silvio Rodriguez orgulloso. Traía al hombro su zurrón de canciones tremendas.
El público lo esperaba como los taurinos a José Tomás en el día de su regreso. Descontada la presencia testimonial de partidarios y detractores de la Revolución a las puertas del teatro, clausuradas las ruedas de prensa, podía dedicarse a lo suyo, a lo que mejor hace, a deshojar un repertorio deslumbrante, con pocos equivalentes en lengua castellana.
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