El 12 de noviembre de 2012, Luis Eduardo Aute publica su
nuevo álbum El niño que miraba el mar. Es un CD+DVD que mantiene la esencia
musical que ha caracterizado su carrera ejemplar desde que en 1966 publicó su
primer single. Han pasado 46 años y Aute es uno de los artistas referenciales
de la música española, poeta mayor, creador multidisciplinar y espíritu
independiente y libre. Así ha sido en sus 33 álbumes publicados, una obra
inmensa y esencial, plagada de canciones incrustadas en nuestra memoria vital.
El CD El niño que miraba el mar ofrece 12 nuevas canciones,
poesía hecha música, de Luis Eduardo Aute con ese sosiego a veces inquietante
que caracteriza al autor, tranquilas y evocadoras, que tratan de la condición
humana y que miran lo actual con su habitual escepticismo, aunque siempre con
alguna ventana abierta a la ilusión, al aliento individual. Es un disco de
instrumentación sencilla, delicada y elegante, casi minimal, que envuelve el
universo Aute, sinónimo de altura poética y preciosismo musical. Las 12
canciones llegan acompañadas de un DVD que es una película de animación de 20
minutos realizada por Luis Eduardo Aute, dibujada a lápiz fotograma a
fotograma, a la manera antigua, continuando la senda que trazó en 2001 con la
impactante Un perro llamado Dolor.
El álbum se abre con la canción que le da título, El niño
que miraba el mar (“Cada vez que veo esa fotografía que huye del cliché del
álbum familiar, miro a ese niño que hace de vigía oteando el más allá del fin
del mar”), una canción mayor, evocadora y poética, que enlaza pasado y futuro,
para continuar con Un ser humano (“Y nunca satisfechos del reparto, matamos por
hacer un gran papel: jamás un figurón del tres al cuarto porque hay que ser
cabeza de cartel”) es un retrato de la condición humana, de la ambición y de la
“huida del escenario” como salida.
Después, Cera perdida (“Pero seguimos siendo ciegos
queriendo ser moldes de yeso y muertos que imitan la vida, apenas un gélido
beso a un resto de cera perdida”) es otra crónica de las miserias globales
sobre una base musical agresiva que contrasta con la suavidad de las canciones
anteriores. Las musas (“Puedo decir, después de todo lo sufrido agasajando a
musas con el corazón, que aún no sé qué impulsa ese primer latido que me
demanda darles sangre de canción”) es un tema amable sobre la inspiración,
encabezado por una cita de Leonard Cohen (“La poesía viene de un lugar que
nadie controla, que nadie conquista”), y Feo Mundo Inmundo (“Sino porque ya se
ha hecho con todo el poder esa casta que idolatra al dios de la horterada, que
en su duda ante el dilema de ‘ser o no ser’ sueña con ser el caudillo de la Gran Bancada ”) enlaza
con otras canciones de Aute que reflejan una actitud crítica y desengañada ante
lo que nos ha tocado vivir, interpretada casi ad libitum y envuelta por una
instrumentación lírica y ambiental.
¡Que necesidad! (“Todo lo entiendo, Dios mío, todo lo
entiendo menos el desastre de crear el lastre de la necedad”) cuestiona la
existencia de la estupidez a ritmo de valsecito, Señales de vida (“Te puedo
decir, mi amor cenicida, que gracias a ti empiezo a sentir, muy dentro de mí,
señales de vida”) lanza un rayo ilusionado y de esperanza al álbum en una
canción clásica desde su creación, y No hay manera (“Uno intenta, mal que bien,
vivir de acuerdo con la vida, con su claridad oscura y en su clara oscuridad,
inventándose el trayecto de ese viaje sólo de ida sin pagar peaje al cielo por
un trozo de maná”) es el reflejo de una actitud vital.
En la recta final del álbum, Latido a latido (“Amiga mía, yo
te pido, en esta quema a la deriva, tu corazón más encendido para que el soplo
nos reviva latido a latido”) es el grito del náufrago preñado de lirismo en
otra canción que es Aute esencial, El basilisco (“La veda que una banda de
bandidos levantó sin límites de coto ni respeto al calendario, está agotando la
última paciencia del reloj que empieza a hacer recuento de las piezas del
osario, que duerma lejos del aprisco el basilisco”) es la metáfora de los
tiempos actuales, y Un verso suelto (“No puse en duda el respeto al contrario
aún a sabiendas de que el veredicto sobre el Poder y la Calle en conflicto lo dicta
siempre el ladrón del erario”) es una mirada autocrítica. El disco se cierra
con La ley de Galilei (“Bajo la luna se amaron un murciélago y una luciérnaga…
pero su ciega, encendida pasión, no superó las luces del amanecer”) y ese toque
de melancolía que recorre El niño que miraba el mar.
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