¿Dos discos? ¿A la vez? Pedro Guerra podría alegar precedentes: hay casos de artistas que publicaron simultáneamente dos discos, chavales como Bruce Springsteen, Tom Waits, Prince. Podría hacerlo pero Pedro es un tipo modesto y se apresura a destacar las diferencias. Los suyos son dos proyectos muy diferentes que han coincidido temporalmente debido a su nuevo modo de trabajar; luego lo explicamos.
Deberíamos empezar con Arde Estocolmo, su primera colección de canciones nuevas desde 2011. Un disco marcado por las turbulencias del tiempo presente: el propio título viene de una noticia sobre disturbios en los arrabales de la capital sueca, un recordatorio de que fuerzas desconocidas están removiendo incluso la sociedad del bienestar por excelencia. Atención, puntualicemos: no es que Pedro se dedique ahora a escribir canciones incendiarias. Mantiene su visión penetrante sobre la realidad, su capacidad para extraer belleza de lo cotidiano, su atracción por la poesía. Y lo hace en soledad, literalmente: prácticamente todo lo que suena en Arde Estocolmo es creación propia. Se elimina el filtro previo de las maquetas: las canciones no necesitan intermediarios y se van construyendo por capas. Aún a riesgo de que parezca un eslogan publicitario, digamos que el actual es más Pedro Guerra que nunca: estamos ante un artesano que trabaja sin prisas. Dispone de un estudio en el Madrid antiguo, una sala repleta de instrumentos de cuerda y percusión. Mediante una aplicación, puede poner en marcha la grabadora (en una habitación adyacente) y captar la inspiración. Mejor borren eso. Pedro Guerra no espera a la inspiración en el sofá de su casa: todos los días acude a trabajar en el estudio. Unas jornadas resultan productivas; otras no surge ninguna magia y se le llevan los demonios.
Pero el ser, en términos económicos, el dueño de los medios de producción hace posible que se grabe un disco tan complejo como 14 de Ciento volando de 14. El título, ya lo habrán pillado, hace referencia al famoso Ciento volando de catorce, de Joaquín Sabina, el libro de poesía en español más vendido en lo que llevamos de siglo. Enamorado de la escritura torrencial del jienense, Pedro empezó a masticar una idea atrevida: transformar catorce de esos sonetos en canciones. Lo primero fue pedir permiso. Joaquín dio la bendición; ya se había intentado y sabía de las dificultades. Pedro, sin embargo, venía de una experiencia similar: los Sonetos y poemas para la libertad, de Miguel Poveda, que juntó una variedad de firmas, de Quevedo a Borges. Estaba entrenado y se lanzó de cabeza. A las bravas, sin hablar con ninguna compañía. 14 de Ciento volando de 14 es un monumento a la tenacidad. Y también a la agenda de Pedro o, mejor dicho, a las cordiales relaciones que siempre ha mantenido con gentes del rock y la canción de autor a ambos lados del Atlántico. Son más de treinta las voces presentes a lo largo del álbum. Cuando se intenta montar algo similar en una discográfica, todo un equipo se pone en marcha… y no da abasto. En 14 de Ciento volando de 14, Pedro ejerce de compositor, instrumentista, arreglador, productor. Y sumen la enloquecedora logística. En algunos casos, los invitados se juntaron en el estudio. En general, una vez preparadas las bases instrumentales, había que enviarlas a diferentes ciudades y, ya de vuelta, combinar los resultados. Filigranas tecnológicas. Seamos sinceros: los discos colectivos suelen sonar, eh, heterogéneos. Por el contrario, 14 de Ciento volando de 14 tiene coherencia interna y externa. Es la obra de un productor exigente, con extraordinarias dosis de diplomacia. Pedro ha tejido fondos orgánicos, finos arreglos de pulso y púa sobre programaciones, para dar el protagonismo a las voces y los versos. Uno puede imaginar el pasmo de Sabina: le han brotado unos hijos inesperados, esbeltos y seductores.
DIEGO A. MANRIQUE (abril de 2016)
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