Cuando Pedro Guerra sale del restaurante, como si todo estuviera preparado (y palabra que no) irrumpe en la acera la también cantautora Rosana Arbelo, risueña como de costumbre. Sólo el recuerdo del timplista grancanario José Antonio Ramos, recién fallecido de manera repentina, les ensombrece. Pero se despiden con un intercambio de móviles. Algo anda tramando la magia canaria en Madrid.
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