Hace unos meses, Joaquín Sabina le propuso a su amigo, el poeta español Benjamín Prado, que se fueran juntos a Praga a escribir canciones. “Yo vivo en una especie de repugnante felicidad doméstica. Mi novia me quiere, yo la quiero a ella, todo va bien, no hay noches de juerga terribles… y viviendo así no salen canciones, no se me ocurría absolutamente nada”, relata en entrevista con KIOSCO. “Así que aproveché que mi amigo estaba pasando por una depresión porque se acababa de separar de un gran amor y le dije que nos fuéramos”, añade.
Pese a que la decisión ya estaba tomada y los boletos pagados, cinco minutos antes de ir al aeropuerto los dos estuvieron a punto de llamarse para cancelar. “Él no quería ver a nadie ni salir de su casa y a mí no se me ocurría nada que escribir, así que ninguno de los dos lo veíamos claro”, recuerda. Sin embargo, afortunadamente se subieron al avión. Pasaron una semana en la capital de la antigua Checoslovaquia y sentados en un bar de un hotel “como esos que aparecen en los cuadros de Hopper donde no hay nadie”, por la noche, cada uno con su whisky y su block de notas, escribieron varias canciones, siete de las cuales forman parte de su nuevo disco: Vinagre y rosas, que sale a la venta en todo el mundo el próximo 17 de noviembre.
“Elegí Praga porque es una ciudad en la que no había estado y que tiene todo lo que me gusta de las ciudades: un casco antiguo precioso, decadencia, intimidad y un idioma que no hablamos. Allí nadie me conocía así que podíamos ir a cualquier sitio caminando, lo que nos permitió estar solos y trabajar”, narra. “Fue una experiencia muy bonita porque yo nunca he creído en los grupos sino en la creación individual. Pero aquello no era un grupo, éramos dos individuos que nos entendíamos de maravilla”, explica.
Durante esas noches compusieron varias canciones entre ellas “una de amor a Praga; otra de amor a nuestro amigo Ángel González, ya fallecido; y todas las demás contra la novia de Benjamín por haberlo dejado”, recuerda. ¿Le habrán dado las gracias a la ex novia por el disco? “Sí, pero sin insistir mucho por si nos pide derechos de autor”, responde entre risas.
El resto del disco lo conforman algunos temas que Sabina tenía guardados en un cajón, como uno dedicado a su hija de 20 años y que se llama “Ay, Carmela”. “La escribí hace cuatro años pero no la había editado. Ahora decidí darla a conocer porque a ella le están pasando cosas que se parecen más a lo que yo escribí. Se ha enamorado, ha pasado de la infancia a la adolescencia”. ¿Y era inédita? “Sí. Una noche escribí dos canciones: una para Rocío que tiene 19 años y otra para Carmela, pero pensé que si hacía un disco con una canción para cada una de mis hijas me iba a parecer a Julio Iglesias”, bromea.
El artista define su nuevo trabajo como un disco “más denso, más reposado y más pensado que los anteriores”. Y aunque reconoce que “rezuma más vinagre que rosas, más tristeza que otra cosa”, dice que hay dos canciones con los rockeros españoles llamados Pereza “que lo sacan de ese letargo y le dan un poco de alegría”.
“Las más hermosas canciones sobre todo si son de amor, son las más tristes. Y este es un disco, menos tres o cuatro canciones, sobre el desamor. Yo no creo que existan canciones de amor y si existen no me las creo o no me gustan, las que a todos nos gustan son las de desamor, las que escribes cuando se acaba de ir tu amor o cuando te acaban de mandar a la mierda”, asegura.
De entre todas las canciones destaca una porque es la más autobiográfica: “Viudita de Clicquot”, que Sabina compuso al cumplir 60 años. ¿Y cómo se siente a esa edad? “Bastante mejor que a los 50 porque entonces no había salido del vendaval de adicciones, bares, noches y borracheras. Y aunque un poco más aburrido, estoy con mucha mejor salud y más sano. Ahora paso las noches en mi casa o en casa de amigos, no ando por ahí perdido en los bares y aguantando borrachos como yo. Me levanto por la mañana, antes me levantaba por la tarde, y la nariz sólo me sirve para respirar, que ya es bastante”, responde. “Pero pese a que me han llamado maldito, yo nunca he tenido vocación de suicidarme, sino de disfrutar de la vida”, aclara. “Y lo que estoy haciendo ahora es lo que hay que hacer con 60 años. Ya bastante alargué los 20, que los alargué hasta los 50”, dijo.
Amante de México y de Argentina, los dos países en los que vende más discos, Sabina dice que los dos públicos son muy entendidos, muy apasionados y muy calientes. “Aunque recibo más cartas de fans argentinas que de mexicanas”, reconoce entre risas.
De México le gusta todo e incluso viaja aunque no tenga que cantar. “Cuando voy me paso todas las noches cenando con Gabriel García Márquez y eso es un lujo que no había ni soñado de lejos, nos hemos hecho muy amigos”. Como también ve a Chavela Vargas, a quien tampoco había imaginado nunca conocer. “Chavela es mi amiga, pero también es una persona que me hizo conocer la gran canción de autor mexicana sobre todo de José Alfredo Jiménez, es alguien a quien oía desde niño, desde los años en la universidad, alguien a quien nunca pensé conocer y a quien conocí cuando acababa de pasar su tormenta alcohólica y feroz y estaba estupenda y feliz”, comentó Joaquín Sabina.
En nuestro país ha vivido todo tipo de anécdotas y ha recibido toda clase de regalos. “Los mexicanos son muy regalones y allí me han regalado de todo: desde altares a vírgenes, tequilas y caricaturas. La habitación del hotel se llena de cosas y como al final no sé que hacer me las llevo todas en la maleta incluidas las cartas que me escriben que nunca respondo, pero que siempre guardo conmigo”, señaló.
Pese a que la decisión ya estaba tomada y los boletos pagados, cinco minutos antes de ir al aeropuerto los dos estuvieron a punto de llamarse para cancelar. “Él no quería ver a nadie ni salir de su casa y a mí no se me ocurría nada que escribir, así que ninguno de los dos lo veíamos claro”, recuerda. Sin embargo, afortunadamente se subieron al avión. Pasaron una semana en la capital de la antigua Checoslovaquia y sentados en un bar de un hotel “como esos que aparecen en los cuadros de Hopper donde no hay nadie”, por la noche, cada uno con su whisky y su block de notas, escribieron varias canciones, siete de las cuales forman parte de su nuevo disco: Vinagre y rosas, que sale a la venta en todo el mundo el próximo 17 de noviembre.
“Elegí Praga porque es una ciudad en la que no había estado y que tiene todo lo que me gusta de las ciudades: un casco antiguo precioso, decadencia, intimidad y un idioma que no hablamos. Allí nadie me conocía así que podíamos ir a cualquier sitio caminando, lo que nos permitió estar solos y trabajar”, narra. “Fue una experiencia muy bonita porque yo nunca he creído en los grupos sino en la creación individual. Pero aquello no era un grupo, éramos dos individuos que nos entendíamos de maravilla”, explica.
Durante esas noches compusieron varias canciones entre ellas “una de amor a Praga; otra de amor a nuestro amigo Ángel González, ya fallecido; y todas las demás contra la novia de Benjamín por haberlo dejado”, recuerda. ¿Le habrán dado las gracias a la ex novia por el disco? “Sí, pero sin insistir mucho por si nos pide derechos de autor”, responde entre risas.
El resto del disco lo conforman algunos temas que Sabina tenía guardados en un cajón, como uno dedicado a su hija de 20 años y que se llama “Ay, Carmela”. “La escribí hace cuatro años pero no la había editado. Ahora decidí darla a conocer porque a ella le están pasando cosas que se parecen más a lo que yo escribí. Se ha enamorado, ha pasado de la infancia a la adolescencia”. ¿Y era inédita? “Sí. Una noche escribí dos canciones: una para Rocío que tiene 19 años y otra para Carmela, pero pensé que si hacía un disco con una canción para cada una de mis hijas me iba a parecer a Julio Iglesias”, bromea.
El artista define su nuevo trabajo como un disco “más denso, más reposado y más pensado que los anteriores”. Y aunque reconoce que “rezuma más vinagre que rosas, más tristeza que otra cosa”, dice que hay dos canciones con los rockeros españoles llamados Pereza “que lo sacan de ese letargo y le dan un poco de alegría”.
“Las más hermosas canciones sobre todo si son de amor, son las más tristes. Y este es un disco, menos tres o cuatro canciones, sobre el desamor. Yo no creo que existan canciones de amor y si existen no me las creo o no me gustan, las que a todos nos gustan son las de desamor, las que escribes cuando se acaba de ir tu amor o cuando te acaban de mandar a la mierda”, asegura.
De entre todas las canciones destaca una porque es la más autobiográfica: “Viudita de Clicquot”, que Sabina compuso al cumplir 60 años. ¿Y cómo se siente a esa edad? “Bastante mejor que a los 50 porque entonces no había salido del vendaval de adicciones, bares, noches y borracheras. Y aunque un poco más aburrido, estoy con mucha mejor salud y más sano. Ahora paso las noches en mi casa o en casa de amigos, no ando por ahí perdido en los bares y aguantando borrachos como yo. Me levanto por la mañana, antes me levantaba por la tarde, y la nariz sólo me sirve para respirar, que ya es bastante”, responde. “Pero pese a que me han llamado maldito, yo nunca he tenido vocación de suicidarme, sino de disfrutar de la vida”, aclara. “Y lo que estoy haciendo ahora es lo que hay que hacer con 60 años. Ya bastante alargué los 20, que los alargué hasta los 50”, dijo.
Amante de México y de Argentina, los dos países en los que vende más discos, Sabina dice que los dos públicos son muy entendidos, muy apasionados y muy calientes. “Aunque recibo más cartas de fans argentinas que de mexicanas”, reconoce entre risas.
De México le gusta todo e incluso viaja aunque no tenga que cantar. “Cuando voy me paso todas las noches cenando con Gabriel García Márquez y eso es un lujo que no había ni soñado de lejos, nos hemos hecho muy amigos”. Como también ve a Chavela Vargas, a quien tampoco había imaginado nunca conocer. “Chavela es mi amiga, pero también es una persona que me hizo conocer la gran canción de autor mexicana sobre todo de José Alfredo Jiménez, es alguien a quien oía desde niño, desde los años en la universidad, alguien a quien nunca pensé conocer y a quien conocí cuando acababa de pasar su tormenta alcohólica y feroz y estaba estupenda y feliz”, comentó Joaquín Sabina.
En nuestro país ha vivido todo tipo de anécdotas y ha recibido toda clase de regalos. “Los mexicanos son muy regalones y allí me han regalado de todo: desde altares a vírgenes, tequilas y caricaturas. La habitación del hotel se llena de cosas y como al final no sé que hacer me las llevo todas en la maleta incluidas las cartas que me escriben que nunca respondo, pero que siempre guardo conmigo”, señaló.
1 Comentarios
“una de amor a Praga; otra de amor a nuestro amigo Ángel González, ya fallecido; y todas las demás contra la novia de Benjamín por haberlo dejado”
"Yo vivo en una especie de repugnante felicidad doméstica"
En cuanto a lo que dice de las canciones de amor, solía estar de acuerdo en que la felicidad no inspiraba tanto como lo hacía la depresión del desamor, pero canciones como 'Un destello de felicidad' nos demuestran que estabamos equivocados.
Un saludo