Joaquín Sabina ultima los
detalles de su nuevo disco con Leiva como productor. El álbum, fruto de la
colaboración artística entre ambos y Benjamín Prado, se publicará en marzo de
2017 y será el primero de estudio desde el lanzamiento en 2009 de Vinagre
y rosas.
El propio Sabina ha adelantado
en diversos medios que el álbum se titulará Lo niego todo y ha
hablado de las razones que le han llevado a trabajar con Leiva: “Voy a juntarme
con un jovenzuelo que me gusta mucho, a ver si renovamos un poco el aire”.
Leiva, que ya le puso música a Tiramisú de limón, de Vinagre
y rosas, releva en los mandos a Pancho Varona y Antonio García de
Diego, productores habituales del artista desde Física y química.
La
colaboración de Sabina con Leiva trasciende la del artista con su productor.
Leiva comentaba recientemente al respecto : “Esto ha sido sentarme con Joaquín,
sus papeles y sus versos, poner música y llevarme un taco de letras a casa,
buscarle la música, sentarme con Joaquín y Benjamín, hablar de versos y cambiar
partes. Y buscar, y emocionarnos, encontrar y no encontrar. Tener un proceso
creativo con ellos es un regalazo”.
Al otro gran colaborador
de Lo niego todo, Benjamín Prado, Sabina lo conoció en los años
ochenta, en una época en la que el poeta era acompañante habitual de Rafael
Alberti, para dar inicio a una estrecha amistad que se ha revitalizado en Rota,
donde ambos veranean. El poeta rockero y el rockero poeta unieron sus fuerzas
por primera vez en 1988, cuando compusieron el tema Cuando aprieta el
frío, incluido en el álbum El hombre del traje gris.
El videoclip de “Lo niego
todo”, rodado a finales de 2016 en diferentes localizaciones de Madrid a cargo
de la productora Estela Films, encaja de manera impecable con lo que representa
la canción y nos da una visión de la inmensa trayectoria de Joaquín Sabina
desde un enfoque muy personal. Este video nos da la oportunidad de repasar los
principales momentos artísticos y personales desde la mirada del propio Sabina.
“Lo
niego todo”, la canción en palabras de Benjamín Prado:
¿De
dónde salen las canciones? Del mismo sitio al que van a morir los pájaros. No
lo sabemos, pero sí que también se parecen a ellos en otra cosa: si las
quieres, las tienes que cazar al vuelo. Antes de encontrar su nombre y dárselo
al disco completo que por entonces ya tramaba Joaquín Sabina, “Lo niego todo”
empezó como siempre, con una idea suya: quería hacer una canción contra su
propio mito, aparecer en ella como alguien que si nunca fue del todo la persona
de la que hablan cuando se refieren a él, a estas alturas tiene muy poco que
ver con ella. “Ya sabes, se trata de cambiar la leyenda del calavera, el juglar
del asfalto y el profeta del vicio, como me llamaron en un periódico de Chile,
por la imagen de un tipo que llora con las películas de sobremesa los domingos
por la tarde”, me dijo una noche en su casa, a su hora favorita, esa en la que,
como él suele decir, te das cuenta de que dos copas eran demasiadas pero tres
ya son pocas.
Volvimos a hablar de ello muchas veces y siempre con la red en la mano, por si
las moscas, pero sabiendo que su momento aún no había llegado, que lo haría en
Nueva Orleans, en Lisboa, adonde fantaseamos con ir a trabajar como habíamos
ido a Praga en la época de Vinagre y rosas, o más bien en Rota, Cádiz, donde
pasaríamos el verano, con tiempo por delante para tomárnoslo con calma. Una
tarde, en el restaurante Casa Bigote, en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz,
aparecieron los primeros versos y, sobre todo, encontramos el truco que hace
falta para hacer magia: aquella estructura basada en la negación, lo niego
todo, esto y lo otro, lo bueno y lo malo, lo que me atribuyen y lo que puede
que sea… Ahí estaba, era ella, había que atraparla y empezamos a disparar en
todas direcciones. Volvimos a casa y no paramos de buscar y encontrar. La
sensación que íbamos teniendo era la mejor posible, esa que hace que cada
palabra no parezca que la pones tú, sino que es ella la que ocupa el lugar que
le corresponde.
Poco
después iba a reunirse con nosotros el tercero en discordia, Leiva, así que le
mandamos lo que teníamos y cuando apareció por Rota llevaba dos cosas: la
primera, a sí mismo, con su talento, su aura y su forma de hacer que sea
imposible no quererlo; la segunda, una maqueta de “Lo niego todo” que a Joaquín
lo mandó a la lona de una sola escucha: lo que había compuesto daba ganas de
hacer ondear las banderas, era un himno, una auténtica maravilla, y además
tenía exactamente el tono del disco que él quería hacer. Era como si le
hubiesen leído el pensamiento. Desde ese instante, no paramos, las cosas
fluyeron de una manera imparable y en aquellas sesiones duras y de seda Lei
descubrió que lo más grande de Joaquín es su forma de hacerse del tamaño de los
demás, la generosidad con que te trata igual que si tú también fueras Sabina.
El trío funcionó y no hicimos una amistad, fundamos una familia.
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